viernes, 19 de noviembre de 2010

Alda Facio, jurista y experta en temas de género y derechos humanos: “No alcanza con un sistema de cupo”


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Mariana Carbajal / Página 12
Al hacer un balance de las tres décadas de la Convención de la ONU contra la discriminación de la mujer, la jurista costarricense advierte sobre la “discriminación indirecta” hacia las mujeres, que persiste en las sociedades latinoamericanas. Lo que se logró; lo que falta hacer.

Es imposible no fijar la vista en sus anteojos: tienen marco turquesa y patillas verde fluorescente. El cabello corto y gris plata, a fuerza de canas que no pretende disimular, es otro de sus sellos distintivos. Está claro que la jurista costarricense Alda Facio busca romper con los estereotipos de género. Y predica con el ejemplo. Pero tiene otras singularidades: es una de las mayores expertas en temas de género y derechos humanos de las mujeres a nivel regional e internacional, y conjuga una extensa trayectoria en el campo de la academia y del activismo en el movimiento de mujeres latinoamericano.
En una entrevista con Página/12, Facio advirtió que aunque en los libros de texto escolares se hayan ido eliminando los roles estereotipados de mujeres y varones, todavía “en las cabezas de las maestras se siguen repitiendo”. Señaló que los medios de comunicación tendrían que “autocensurarse” y dejar de difundir “publicidades sexistas” y consideró que los diarios que incluyen avisos de prostitución “están favoreciendo a los explotadores sexuales y abusadores sexuales”. Además, hizo un balance de la aplicación en la región de la Convención de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la Mujer, conocida por su sigla en inglés, Cedaw, de la que se acaban de cumplir tres décadas desde su adopción.
Facio es directora del Programa Mujer, Justicia y Género del Instituto Latinoamericano de la ONU para la Prevención del Delito (Ilanud), con sede en Costa Rica. Estuvo de visita en Buenos Aires, para participar del seminario “América Latina y El Caribe celebra los 30 años de la Cedaw”, que tuvo lugar en el Palacio San Martín, convocado por analizar los avances y desafíos en torno del tratado internacional más importante en materia de igualdad entre los géneros. Del encuentro participaron algunas de las más destacadas especialistas en la temática de la región (ver aparte).
–¿Qué balance hace de los 30 años de la Cedaw?
–Estamos avanzando muchísimo en la comprensión de lo que es la discriminación hacia las mujeres. Antiguamente se pensaba sólo en la discriminación directa: cuando las mujeres no podían estudiar tal carrera o no podían trabajar en determinado ámbito. En nuestra región no hay discriminación directa, prohibiciones concretas. Pero hemos visto que aun quitando las legislaciones y las políticas que imponen ese tipo de discriminación hacia las mujeres, persiste la discriminación indirecta, que es debida a la histórica desigualdad entre hombres y mujeres y a que los estándares en las políticas y leyes siguen siendo masculinos.
–¿Cómo se manifiesta?
–En la mayoría de los países estaba penalizado el adulterio para las mujeres, pero en el caso de los hombres, tenían que cometer concubinato escandaloso, tener una casa con una amante, pero no se castigaba el acto sexual en sí fuera del matrimonio. Ese tratamiento diferencial se eliminó. Pero los jueces y juezas interpretan en forma diferente el adulterio según quién lo cometió: en el caso de los hombres, se mantiene la idea de concubinato escandaloso; en cambio, si es una mujer, se considera que lo realizó con sólo pruebas circunstanciales. Otro ejemplo es la participación política: las mujeres tienen que hacer esfuerzos mucho más grandes para llegar a los mismos puestos y, una vez que llegan, se encuentran con que los hombres hacen arreglos políticos en los bares, jugando al golf, fuera del área del Congreso. Las mujeres, aunque tengan una empleada en su casa, tienen que administrar el hogar: se ha visto que las mujeres que están en cargos políticos no tienen la misma facilidad para ejercerlos que los hombres.
–¿Cómo se puede cambiar esa lógica?
–No se pueden lograr cambios con modificaciones compartimentadas. No alcanza con un sistema de cupo o cuotas para las mujeres. Si no se cambian los roles y los estereotipos en la educación, y esta división sexual del trabajo dentro del hogar, entonces la participación política de las mujeres tampoco se va a dar en igualdad de condiciones. La Cedaw habla de eso: en su artículo 5º la Convención obliga a los Estados a cambiar esos estereotipos, es decir, la idea que tienen las personas de lo que es correcto para un hombre y adecuado para una mujer. Y eso es lo que los Estados no han hecho todavía. En algunos se han cambiado los libros de texto con los que aprenden a leer los niños y niñas, en los que se mostraba al papá leyendo el periódico y a la mamá preparando tortillas. Ese tipo de roles tan divididos y diferentes se han ido eliminando de los libros de texto, pero en las cabezas de las maestras se siguen repitiendo. Entonces hay que redoblar esfuerzos. Los medios de comunicación contribuyen muchísimo al mantenimiento de esos estereotipos.
–¿Cómo podrían los medios de comunicación contribuir en la lucha contra la discriminación hacia las mujeres?
–Los medios de comunicación podrían autocensurarse y no tener una publicidad tan sexista como la que hay ahora. Creo que ha repuntado aún más la idea de usar una mujer para vender una batería de un auto, una computadora o cualquier objeto.
–La mayoría de los diarios ganan importantes sumas de dinero con avisos de servicios sexuales que encubren situaciones de trata de mujeres para explotación sexual e incluso de abuso sexual de menores de edad...
–Es un mal entendimiento de lo que son la libertad de expresión y de prensa, que son muy importantes. No estoy promoviendo la censura. Pero la libertad de prensa tiene que ir acompañada de la responsabilidad de informar correctamente, sin parcializarse a favor de un grupo. En el caso de los avisos de servicios sexuales simplemente favorecen a los explotadores y abusadores.
–¿Cuáles son los desafíos pendientes en cuanto al cumplimiento y la aplicación de la Cedaw?
–Uno de los restantes es que todavía falta más comprensión por parte de funcionarios y funcionarias, como de la sociedad civil, de lo que significa la igualdad y cómo sí se puede vivir en igualdad. Porque la gente muchas veces tiene miedo y cree que la igualdad significa tratar a las mujeres como si fueran hombres, y no se dan cuenta de que están partiendo de un estándar masculino. Si para tener libertad de tránsito tengo que comportarme como hombre, eso no es igualdad, eso es discriminación. Si yo tengo que cambiar mi esencia, mi forma de ser, para gozar de algún derecho, eso es discriminación. La eliminación de la discriminación exige trato diferente para personas que están en posiciones diferentes. Hay que entender que no importa tanto el trato, sino cuál es el resultado de ese trato, de esa ley, de esa política. Si una ley de cupo tiene como resultado que haya más mujeres en los puestos de decisión política, entonces es una buena política. Si no hubo cambios, hay que repensarla. Hay que entender la igualdad pensando que se trata de igualdad en el goce de los derechos.
–¿Cambió el concepto de igualdad desde que se pensó la Cedaw hasta la actualidad?
–Sí, mucho. Cuando comenzó a funcionar el Comité de la Cedaw se decía que la mujer con más educación, con más fortaleza podía llegar a gozar de todos los derechos. Se hablaba del avance de las mujeres. Ya usar esa palabra, avance, le está diciendo que usted es la que está retrasada y tiene que avanzar. Ahora, en cambio, se señala que los Estados tienen una responsabilidad en buscar eliminar todas aquellas formas de discriminación que persisten y también tomar medidas para moverse en la dirección de la igualdad.
–¿Cuáles son los delitos que afectan en mayor medida a las mujeres en la región?
–Todos los que tienen que ver con la violencia sexual, que van desde la violación hasta los piropos en la calle.
–¿Los piropos?
–Son una forma de hostigamiento sexual que se vende más bien como si fuera algo bonito y bueno para las mujeres, pero que en realidad no deja caminar libremente: usted va pensando en su trabajo y un hombre pasa diciéndole piropos y la perturba y la saca de lo que tiene que hacer. Es una forma de agredir.
–¿Aunque el piropo sea lindo?
–Claro. Si les dijéramos frases bonitas a ellos no les gustaría. Casi siempre cuando una acción es unidireccional, no es buena para las mujeres. Por otra parte, estamos viendo mucha violencia física y psicológica de parte de hombres hacia sus parejas, en el matrimonio, en los noviazgos, posmatrimonio. También muchos femicidios. En Guatemala las cifras son altísimas. Hay muchas mujeres que son violadas, torturadas y asesinadas por ser mujeres. La violencia contra las mujeres tiene generalmente un grado de ensañamiento erótico, por llamarlo de alguna forma. La trata y el tráfico de mujeres están aumentando muchísimo. Es un problema que difícilmente puede solucionarlo un Estado en forma aislada. Debe enfrentarse a nivel internacional.

Fuente:  www.insurrectasypunto.org

Equidad de Género: más allá de la ley

La concepción patriarcal dura prevaleció por mucho tiempo en el mundo, y esto ha quedado patente no sólo en los distintos instrumentos jurídicos, sino en la literatura, la política, la economía y en la divergencia entre los valores éticos de los hombres y las mujeres. Pero luego de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y del estruendo que el feminismo hizo en la sociedad occidental en la década de los 60’ nadie es capaz, al menos discursivamente, de afirmar que los DD.HH excluyan a las mujeres, ni que las mujeres no son una minoría.

Meier, H. (2006: 125) señala que “un valor estaría tanto más fundado cuanto más compartido fuere”, y la experiencia indica que la igualdad de género ha calado insuficientemente en nuestro mundo contemporáneo si no, no se consideraría a la mujer como minoría, ni harían falta leyes que protegieran su dignidad. En este sentido, por una parte, tenemos el reconocimiento discursivo de la igualdad de género y, por otra, la persistencia de la sociedad fundamentada en el papel del hombre (género masculino). Hablamos, entonces, de una sociedad post-patriarcal que reconoce la necesidad del cambio, pero de facto aún no ha cambiado.

Gary Minda (1995: 138) nos relata la visión de Catherine MacKinnon de la siguiente forma:
MacKinnon considera que la neutralidad de género es, pues, simplemente la norma masculina, y la regla de la “protección especial” no es más que estándar femenino, pero no nos debemos engañar: la masculinidad, o el machismo, es la referencia para ambos. Asimismo (MacKinnon) considera el género como una cuestión de poder, "específicamente de la supremacía masculina y la subordinación femenina", y el abuso sexual es el "producto de la subordinación de la mujer sociedad”

Las consecuencias de esta realidad universal son estremecedoras, y están profundamente arraigadas en todas las esferas de poder; desde la intimidad del hogar hasta el espacio público. No en vano las feministas terminaron aseverando que los problemas de violencia en casa son asuntos públicos. El machismo – producto de la sociedad patriarcal y presente en la sociedad post-patriarcal- ha causado mucho sufrimiento innecesario e injustificable. La Mujer A relata “Y me tardé tanto también [en denunciar la violencia] primero por cuestiones culturales, por la manera como nos crían a muchas de las personas aquí en Venezuela” (Informe de AI, 2008b: 29)

El término patriarcado, el cual debe ser entendido como la supremacía masculina institucionalizada, es una de las razones de mayor peso para el desconocimiento de la igualdad de género, básicamente porque en la mayoría de los países del mundo el derecho de voto de la mujer es posterior al del hombre, y eso es admitido como algo “normal”, que no suscita ningún cuestionamiento, ni es motivo de vergüenza. Así mismo aún hay países donde las mujeres no tienen derecho al voto y, en Suramérica, países como Perú, Paraguay o Brasil lo concedieron años después de la Declaración de los Universal de los Derechos Humanos. Muchos no entendieron que la mujer entraba entre los apoderados por los DD.HH.

Como señala Staff, M. en su artículo Mujer y Derechos:

El hecho es que la gran mayoría de las legislaciones internas e internacionales, convenios, acuerdos y tratados; en la actuación de los Estados-Parte comprometidos con los documentos sobre la igualdad que firmaron y ratificaron e inclusive, en la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos; en la actuación de los diversos grupos no gubernamentales que trabajan en pro de los derechos humanos, se puede constatar que las cuestiones específicas de las mujeres reciben tratamiento secundario y marginal, por cuanto los mismos sólo tienen como referencia a una parte de la humanidad: el sexo masculino, que es considerado como el paradigma de lo humano.

Así también señala en Minda, G (1995:139) cuando se habla de que las feministas liberales y culturales argumentan que la visión que prevalece en el concepto legal de ley está basado en la perspectiva masculina que falla en reconocer la “voz femenina”, concebida como la formas en que las mujeres se acercan a los temas de la moral y lo legal. En la Declaración de los Derechos Humanos, recibida por un mundo todavía estremecido por los acontecimientos de la II Guerra Mundial y el horror nazi, se tomó el término genérico "hombre", que, como señala Staff, M “aún cuando incluye a la mujer, no la refleja”, porque básicamente no se tomó en cuenta la condición de especial minusvalía de la mujer por legado cultural e histórico y, además, por las diferencias propias del género. Minda, G. (1995: 138) nos dice:
(…) las feministas radicales hacen hincapié en la diferencia entre hombres y mujeres. La diferencia más importante es que las mujeres son "aquellas de quienes se toma el sexo", así como "trabajador, en definición, son aquellos de quienes se toman el trabajo" Una descripción más explícita, hecha por feministas radicales, es que "las mujeres son cogidas y los hombres cogen".

Bien es cierto que en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de 1993, se señaló que "los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales"; y que este señalamiento constituye uno de los avances más importantes en el sentido de la igualdad de género. Pero también es importante resaltar que esa igualdad debe comportar el reconocimiento de las diferencias biológicas entre los sexos y las condiciones especiales que, como mujeres, es necesario que sean protegidas. Evidentemente no significa esto que éstas se traduzcan en desigualdades en el plano social, jurídico, político, económico o cultural, sino por el contrario; que sean reconocidas y que se procure la igualdad (en la diferencia) a través de la ley -y en la educación- para la contribución y la armonía en sociedad.

El problema real, duro de asumir, es que la ley no tiene el efecto moralizante que tanto deseamos. Su impacto es lento en la modelación de conductas sociales, y no responde a necesidades inmediatas de transformación cuando ésta no es producto de los valores propios de la sociedad a la que ordena. Es apremiante una campaña que mueva los cimientos de la sociedad post-patriarcal, y la haga cónsona con los valores que pregona; en tanto que se convierta en una sociedad de iguales tal y como reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 


Fuente:  http://www.aiven.org/group/equidaddegenero