viernes, 19 de noviembre de 2010

Equidad de Género: más allá de la ley

La concepción patriarcal dura prevaleció por mucho tiempo en el mundo, y esto ha quedado patente no sólo en los distintos instrumentos jurídicos, sino en la literatura, la política, la economía y en la divergencia entre los valores éticos de los hombres y las mujeres. Pero luego de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y del estruendo que el feminismo hizo en la sociedad occidental en la década de los 60’ nadie es capaz, al menos discursivamente, de afirmar que los DD.HH excluyan a las mujeres, ni que las mujeres no son una minoría.

Meier, H. (2006: 125) señala que “un valor estaría tanto más fundado cuanto más compartido fuere”, y la experiencia indica que la igualdad de género ha calado insuficientemente en nuestro mundo contemporáneo si no, no se consideraría a la mujer como minoría, ni harían falta leyes que protegieran su dignidad. En este sentido, por una parte, tenemos el reconocimiento discursivo de la igualdad de género y, por otra, la persistencia de la sociedad fundamentada en el papel del hombre (género masculino). Hablamos, entonces, de una sociedad post-patriarcal que reconoce la necesidad del cambio, pero de facto aún no ha cambiado.

Gary Minda (1995: 138) nos relata la visión de Catherine MacKinnon de la siguiente forma:
MacKinnon considera que la neutralidad de género es, pues, simplemente la norma masculina, y la regla de la “protección especial” no es más que estándar femenino, pero no nos debemos engañar: la masculinidad, o el machismo, es la referencia para ambos. Asimismo (MacKinnon) considera el género como una cuestión de poder, "específicamente de la supremacía masculina y la subordinación femenina", y el abuso sexual es el "producto de la subordinación de la mujer sociedad”

Las consecuencias de esta realidad universal son estremecedoras, y están profundamente arraigadas en todas las esferas de poder; desde la intimidad del hogar hasta el espacio público. No en vano las feministas terminaron aseverando que los problemas de violencia en casa son asuntos públicos. El machismo – producto de la sociedad patriarcal y presente en la sociedad post-patriarcal- ha causado mucho sufrimiento innecesario e injustificable. La Mujer A relata “Y me tardé tanto también [en denunciar la violencia] primero por cuestiones culturales, por la manera como nos crían a muchas de las personas aquí en Venezuela” (Informe de AI, 2008b: 29)

El término patriarcado, el cual debe ser entendido como la supremacía masculina institucionalizada, es una de las razones de mayor peso para el desconocimiento de la igualdad de género, básicamente porque en la mayoría de los países del mundo el derecho de voto de la mujer es posterior al del hombre, y eso es admitido como algo “normal”, que no suscita ningún cuestionamiento, ni es motivo de vergüenza. Así mismo aún hay países donde las mujeres no tienen derecho al voto y, en Suramérica, países como Perú, Paraguay o Brasil lo concedieron años después de la Declaración de los Universal de los Derechos Humanos. Muchos no entendieron que la mujer entraba entre los apoderados por los DD.HH.

Como señala Staff, M. en su artículo Mujer y Derechos:

El hecho es que la gran mayoría de las legislaciones internas e internacionales, convenios, acuerdos y tratados; en la actuación de los Estados-Parte comprometidos con los documentos sobre la igualdad que firmaron y ratificaron e inclusive, en la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos; en la actuación de los diversos grupos no gubernamentales que trabajan en pro de los derechos humanos, se puede constatar que las cuestiones específicas de las mujeres reciben tratamiento secundario y marginal, por cuanto los mismos sólo tienen como referencia a una parte de la humanidad: el sexo masculino, que es considerado como el paradigma de lo humano.

Así también señala en Minda, G (1995:139) cuando se habla de que las feministas liberales y culturales argumentan que la visión que prevalece en el concepto legal de ley está basado en la perspectiva masculina que falla en reconocer la “voz femenina”, concebida como la formas en que las mujeres se acercan a los temas de la moral y lo legal. En la Declaración de los Derechos Humanos, recibida por un mundo todavía estremecido por los acontecimientos de la II Guerra Mundial y el horror nazi, se tomó el término genérico "hombre", que, como señala Staff, M “aún cuando incluye a la mujer, no la refleja”, porque básicamente no se tomó en cuenta la condición de especial minusvalía de la mujer por legado cultural e histórico y, además, por las diferencias propias del género. Minda, G. (1995: 138) nos dice:
(…) las feministas radicales hacen hincapié en la diferencia entre hombres y mujeres. La diferencia más importante es que las mujeres son "aquellas de quienes se toma el sexo", así como "trabajador, en definición, son aquellos de quienes se toman el trabajo" Una descripción más explícita, hecha por feministas radicales, es que "las mujeres son cogidas y los hombres cogen".

Bien es cierto que en la Conferencia Mundial de Derechos Humanos de 1993, se señaló que "los derechos humanos de la mujer y de la niña son parte inalienable, integrante e indivisible de los derechos humanos universales"; y que este señalamiento constituye uno de los avances más importantes en el sentido de la igualdad de género. Pero también es importante resaltar que esa igualdad debe comportar el reconocimiento de las diferencias biológicas entre los sexos y las condiciones especiales que, como mujeres, es necesario que sean protegidas. Evidentemente no significa esto que éstas se traduzcan en desigualdades en el plano social, jurídico, político, económico o cultural, sino por el contrario; que sean reconocidas y que se procure la igualdad (en la diferencia) a través de la ley -y en la educación- para la contribución y la armonía en sociedad.

El problema real, duro de asumir, es que la ley no tiene el efecto moralizante que tanto deseamos. Su impacto es lento en la modelación de conductas sociales, y no responde a necesidades inmediatas de transformación cuando ésta no es producto de los valores propios de la sociedad a la que ordena. Es apremiante una campaña que mueva los cimientos de la sociedad post-patriarcal, y la haga cónsona con los valores que pregona; en tanto que se convierta en una sociedad de iguales tal y como reza la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 


Fuente:  http://www.aiven.org/group/equidaddegenero

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